martes, 28 de junio de 2016

Big eyes.


Este film dirigido por Tim Burton y protagonizado por Amy Adams y Christopher Waltz lleva a la gran pantalla la historia de Margaret Keane cuyos retratos de niños de ojos grandes fueron un éxito total en los años 60.

La película comienza con Margaret abandonando a su marido y llevándose a su hija consigo, en busca de un lugar donde poder vivir tranquilas. De este modo ella intenta vender sus cuadros a distintas galerías que los rechazan por ser una mujer la autora. Para poder ganar algo de dinero con lo que sobrevivir, comienza a retratar a gente en un parque por un puñado de dólares. Es allí donde entra en escena Walter Keane, otro artista callejero que, a diferencia de Margaret, tiene mucho éxito vendiendo sus escenas parisienses. Así, ambos se enamorarán y terminarán por casarse, tomando ella el apellido de él. En un principio las cosas marchan bien en el matrimonio, ambos intentan vender sus obras con poco éxito, hasta que una noche, en un bar donde estaban expuestos cuadros de los dos, una señora de clase alta se interesa por una niña de ojos desmesuradamente grandes que cuelga de la pared. El problema surge cuando para vender las obras, Walter se atribuye las de su mujer, lo que podría parecer inofensivo, pero el poder, la fama, los contactos y el renombre que gana haciéndolo lo lleva a los límites de la locura.
La banda sonora corre a cargo de Danny Elfman, compositor con el que el director ya ha trabajado anteriormente. A este se le une Lana Del Rey con canciones como Big eyes o I Can Fly, que le otorgan un fuerte carácter melancólico y de angustia.
El largometraje frustrará al público que terminará por desarrollar aversión hacia Walter, quien se descubre a lo largo de la película como un fraude y un farsante. Sin embargo, el personaje más interesante y, quizá, profundo de todos es la hija de Margaret, quien solo era un bebé cuando su madre escapó de su casa y que es la inspiración de la misma para sus obras. Esta es la única que no sucumbe a los engaños de su padrastro, pues ella recuerda a su madre pintando los niños de ojos grandes y mirada triste.
Por otra parte, aparece con mucha claridad la violencia de género, pero no la que estamos acostumbrados a ver en los telediarios, la física, sino la psicológica, que aplasta a la mujer hasta reducirla a la nada. Este proceso lleva a Margaret a pasar de ser una mujer resolutiva, independiente, con valores; a un deshecho humano que se autoconvence de estar haciendo lo correcto, pues el acoso psicológico de su marido le ha llevado a distorsionar la realidad que percibe.
Por último, querría comentar también el proceso de compra de arte. Al comienzo de la película queda patente cómo en el mundo artístico tiene poco valor la calidad de una obra, en su lugar se contempla más la posibilidad de obtener ingentes cantidades de dinero por ella o si es de un autor conocido. Así pues, una vez que Keane es mundialmente famoso, se explota hasta el final, vendiendo ya no solo cuadros, sino pósters, láminas, libretas... cualquier tipo de objeto imaginable con una de las obras impresa sobre estos. Este comportamiento podría justificarse con la consciencia de los artistas de lo volátil de las modas y los gustos, un día puedes ser el más elogiado, mientras que
al siguiente te hundes en el olvido, por lo que ha de exprimirse el éxito al máximo cuando se tenga.

Fragmentos.

¿Cuantas veces hemos creído que nos romperíamos en pedazos? Nos hemos visto esparcidos por el suelo, prescindiendo de trocitos diminutos cada vez que nos recomponemos, perdiendo parte de lo que somos para ser alguien ligeramente diferente. Y así vamos cambiando, evolucionado, intentando no desprendernos de más partes.
En todo este proceso siempre aparece gente que quiere arreglarte, que te asegura que te arreglará, pero en vez de eso arranca trozos que no querrías haber perdido. He llegado a la conclusión de que no necesito ni quiero que me arreglen, pues esos pedazos desmenuzados, con grietas, que ya apenas encajan es lo que me hacen ser yo e intentar cambiarlo sería crear una persona. Así que no, muchas gracias al pegamento, encontraré la manera de ser feliz abrazando los fragmentos de la persona que un día fui.

                                                                                                                         Kath. B.

domingo, 26 de junio de 2016

Tic tac.

Tic tac, tic tac, tic tac, la noche lo amplifica todo, lo que durante el día parece no existir, al anochecer lo ocupa todo. El reloj no me deja pensar, que tampoco quiero hacerlo, la noche confunde, distorsiona, magnifica... Durante la noche relucen los miedos, inseguridades, como las estrellas que necesitan de la oscuridad para brillar.
Tic tac, tic tac, ves las horas pasar con la mirada perdida en lo infinito del techo. Recuerdos olvidados y frases mal dichas forman torbellinos que arrasan con la calma, que aceleran el pulso, que entrecortan el aliento.
Tic tac, tic tac, la sal moja la almohada, los puños agarran con frustración las sabanas y los gritos arden en el fondo de la garganta queriendo salir a toda costa.
Tic tac, tic tac, morfeo te abandona y no ves el momento  en el que este mundo desaparezca para encontrar otro nuevo, en el que liberarse de todo lo que nos quita el sueño en este.



                                                                                                                        Kath. B.

sábado, 25 de junio de 2016

TIERRA.

Con motivo de la noche de san Juan los grupos de teatro de Armilla (jóvenes y adultos) y el de Gabia se unieron para llevar a cabo una celebración, pero la suya fue pagana. Esta tribu indígena se prepara para celebrar la llegada del solsticio de verano cuando sin previo aviso la sacerdotisa recoge una misteriosa luz del cielo que lo cambiará todo. Por su parte dos jóvenes descubren lo que es el amor, pero su felicidad se ve interrumpida por la desaprobación de los suyos, que no solo intentan separarlos sino que se disponen a sacrificarla a ella a los dioses.
Esta apasionante obrita, la cual es más larga de lo que se representó la noche del  por problemas de tiempo, no consta de diálogo alguno, sino que los cuerpos de los participantes son los que hablan al público. La historia se ameniza y se sigue mediante una excelente banda sonora, en la que encontramos temas como Obertura Mdxx de Mago de Oz o Theology/Civilization de Basil Poledouris,
Por su parte, el elenco vestía con gracia un ligero vestuario hecho a mano por los mismos, pero lo más destacable sin duda eran los dibujos y patrones hechos con barro que adornaban sus pieles y los diferenciaban de cualquier otra tribu. Hay que destacar tanto el riesgo que corrieron los participantes, que más de una vez se vieron a los pies del escenario o que realmente llegaron a caer por culpa de un resbalón traicionero (nada de gravedad y todo regado con risas), como el gran trabajo y esfuerzo de todo el mundo que se vio recompensando por la total atención del público.
En definitiva, TIERRA demuestra una vez más que las palabras no siempre son necesarias para contar una historia que quedará marcada en el recuerdo de todos aquellos que asistieron a esta primitiva celebración de la vida.
Sobra decir que las artes escénicas volvieron a ejercer de elemento aglutinador entre personas que si se conocieron un lunes, el jueves ya han forjado una gran amistad.
Avisar, además, de que el grupo de Gabia ya trabaja en la segunda parte de TIERRA, AIRE. Si teneís la oportunidad, no os lo perdáis u os arrepentiréis.






viernes, 24 de junio de 2016

Caricias.

Caricias, ¿qué son? Técnicamente son el roce cariñoso de una mano, técnicamente. Pero, ¿cuántos tipos de caricias hay? Las nerviosas, las primeras, aquellas en las que ambas pieles se sacuden ante el contacto; las de "mírame" que terminan en el mentón elevándolo para invitar a la otra persona a alzar la vista; la que alarga la despedida, presionando con suavidad la mano contra la cara, resistiéndose a separarse; la involuntaria que se escapa de los dedos por una gravedad alternativa a la de Newton; la juguetona que busca las cosquillas; la artística que pinta los contornos del cuerpo...
Hay tantas maneras de acariciar a alguien, pero lo más curioso es que quien quiera que lea esto, donde y cuando sea, estará pensando en un tipo de caricia y en unas manos específicas.

                                                                                                      Kath. B.


Redoble.

Para qué describir lo que hay al rededor cuando es lo que menos importa. El leve roce de una nariz contra otra, la mirada que viaja de los ojos a la boca, las manos temblorosas que buscan otra piel. Los segundos se estiran hasta volverse insoportables. Las bocas entreabiertas se gritan a suspiros y los ojos se cierran para centrarse en un único sentido. Pero ese beso no llega, los ojos se abren, las narices se separan y las bocas se cierran. Reaparece el mundo, el silencio ensordece, roto únicamente por el sonido de algo que se rompe por dentro.

                                               Kath.B

Aquarelle.

Montmartre, Paris, febrero. Nubes plomizas amenazan con ahogar a la ciudad y sus habitantes. Unos pocos valientes sacan sus taburetes lienzos y utensilios a la espera de turistas a quienes retratar y, seamos honestos, desplumar.
Jean se sienta en su esquina de siempre, junto a una floristería que cerró ya hace meses, coloca la, ya vieja y desgastada, pero cómoda silla y frente a esta su caballete. Sitúa entre ambos un taburete no demasiado alto, donde se dispone a colocar su más preciado tesoro: sus acuarelas. El joven es plenamente consciente de que su técnica le priva de clientes y ganancias, pues quienes piden ser pintados prefieren tener los resultados cuanto antes, ganando así popularidad el lápiz o el carboncillo. Pero a él no le importa, la infinidad de tonalidades y texturas que puede crear con el pigmento y el agua siempre tendrá prevalencia ante los posibles beneficios.
Tras acomodarse se refugia en su grueso abrigo y se frota las manos con fuerza para intentar alejar el frío que las entumece. Se encaja el basto gorro de lana hasta que le cubre las orejas y casi los ojos y simplemente espera.
Las horas pasan sin novedad, algunas personas se acercan a preguntar los precios y cuanto tardaría en tener lista la obra e, igual que vienen, se van descontentos con alguno de los dos aspectos. Entonces, una joven envuelta en un jersey gris que le llega casi a las rodillas, en unos pantalones negros ajustados que parecen estar intentando retener todo el calor posible, y en una bufanda roja tejida a mano que le cubre hasta la nariz, adornada con un centenar de pecas; comienza a deambular entre los artistas y decide sentarse frente a una chica de pelo azul que tiene las mangas manchadas de tinta china.
Jean la sigue con la vista por el simple hecho de distraerse, ella se acomoda en el inestable asiento y se echa el pelo para atrás. Mientras la retrata con trazos rápidos y ágiles, la dibujante intenta brindarle algo de conversación, pero la modelo no parece entender el idioma y se limita a asentir distraídamente, desviando la vista. Justo cuando el joven va a volver la cabeza hacia otra parte, en busca de alguien nuevo a quien observar, sus miradas coinciden y algo dentro de él cambia. Observa con asombro los ojos verdes de la forastera, como si fuese la primera vez que viese el color en su vida. Siente la necesidad de aprenderlos y memorizarlos, cada mancha azulada, cada destello meloso, todo. En su cabeza ya la ha pintado mil veces, de mil maneras distintas, a cada cual más bella, y ella, por su parte, posa con la más tierna de las miradas. Tras unos breves segundos, que es lo que tarda ella en volver a mirar a su retratista, se desvanece ese universo creado de la nada. Unos minutos después ella se levanta,  paga lo debido, recoge cuidadosamente el lienzo y se marcha sin mirar atrás.

Desde entonces no hay día en el que él no busque entre la gente esa mirada esmeralda manchada de sal, que no la sueñe, que no la piense. En segundos encontró y perdió a su musa y temía no volverla a encontrar jamás. Cuentan los parisinos que Jean ya no acepta clientes, que se sienta en su sitio de siempre a buscar en su paleta el color que iguale a aquellos ojos verdes.

                                                   

                                                                   
                                                                                                                     Kath.B








sábado, 11 de junio de 2016

Teatro, desde dentro.

¡Buenas y calurosas tardes a todos! Hoy vengo a traeros algo muy muy especial. Ayer, por motivos que no vienen al caso, tuve que ir al teatro donde suelo actuar y me extrañó entrar por la puerta principal y no la del escenario, sentía que las tablas me llamaban, que no tendría que estar en el hall. Y es que una vez que estas bajo los focos, no quieres que se apaguen nunca, es una sensación tan satisfactoria y especial que podría clasificarse de trascendental. Pero fue en ese momento, rodeada de gente que no sentía la necesidad de subir a escena, cuando me dí cuenta de que no es tan común saber lo que es actuar y todo lo que conlleva sacar a delante una obra.
Es por eso por lo que estoy aquí hoy, para compartir todo lo que hay detrás de un estreno. Quisiera hacer una mención especial a todos mis compañeros actores y, por supuesto, a mis dos directores: Ilde Gutierrez y Jose Ramón Prados por enseñarnos y ayudarnos a ser lo mejor que podemos ser.
En primer lugar tenemos la primera lectura del guión que conlleva nervios, muchos, y también una emoción que no cabe en el pecho. Una vez repartidos los papeles empiezas a cogerle cariño al tuyo, a imaginarlo y darle mil vueltas para adaptarte a él y entonces llega lo más emocionante, empezar a montar la obra. Aún texto en mano te vas moviendo por el escenario poquito a poco, siendo más tú que tu personaje, pero a medida que pasan los días y los ensayos os vais pareciendo más y más hasta fundiros en una sola persona que aparece al entrar en escena.
Después, cuando los guiones desaparecen de las manos, empieza la búsqueda de vestuario. Es una parte francamente estresante, porque nada llega a parecerte perfecto, llueven ideas y sugerencias pero por más que busques no encuentras lo idóneo, lo que refleja la imagen mental que te has creado del rol que interpretas.
Poco a poco se va acercando el día del estreno y los nervios van en aumento y llega el ensayo general. Es indescriptible el nudo que se crea en la garganta la primera vez que ves a todo el reparto caracterizado, como quien se adentra en un universo paralelo que se crea encima de las tablas.
Y por fin llega el gran día, una vorágine de sentimientos se arremolinan dentro de ti: por una parte unas ganas tremendas de salir y comerte el escenario, un miedo atroz a equivocarte o quedarte en blanco, una pizca de ansiedad al entrar en la web de venta de entradas y ver las butacas vacías, ganas de llorar (no me preguntéis por qué porque no lo sé), pero sobre todo una felicidad que te impide dejar de sonreír en todo el día.
Llegas al teatro, ensayas una y mil veces esa escena que se te atranca, la frase que nunca consigues decir correctamente, el movimiento que olvidas hacer y, una vez que se acerca la hora, bajas a los camerinos, te cambias, te peinas, te maquillas, rodeada de todos los que han hecho que sea posible estar allí. Pero hay un momento que es esencial para mí antes de salir a actuar: ponerme delante del espejo mirándome a los ojos y decirme que estoy orgullosa, que pase lo que pase sé que he trabajado y que todo va a salir bien.
Otro de mis momentos favoritos es cuando te reúnes con todos tus compañeros en un círculo, os miráis a los ojos, temblando de emoción, ponéis las manos en el centro, unas sobre otras y rompéis el silencio con una simple y bella palabra: ¡MIERDA!

 Después sucede lo que cualquiera que haya ido alguna vez al teatro ha visto: la obra en sí. Pero incluso en esos momentos hay mucho más, quien no está en escena está en las patas por si hay que apuntar, hay quien se está cambiando, quien repasa texto... Es cierto que cuando estrenas una obra esta parece durar apenas minutos, aunque quizá sean horas, pero quedan recuerdos tan bellos y memorables como estos:
Luces de Bohemia ( Café Colón)
Luces de Bohemia
                                        Entre bobos anda el juego.

Un vez finalizada la obra un subidón de adrenalina recorre el cuerpo de los actores, que se sienten mejor que nunca, salen a saludar con la mayor sonrisa y satisfacción mientras los aplausos resuenan en sus oídos y se miran unos a otros diciéndose: "¡Lo hemos conseguido!" sin siquiera necesidad de abrir la boca. Tras esto toca cambiarse y bajar a saludar personalmente a familiares y amigos, sin perder de vista al resto de componentes del elenco, con quien intercambiar abrazos y risas fugaces.

Con esto concluye lo que sería una obra de teatro, más allá de que vuelva a representarse posteriormente, pero me siento en el deber de mostrar algunas fotografías que demuestran el mayor valor y hazaña del teatro: la de unir personas y crear familias. Con esto también quiero dar las gracias a todos con los que he compartido nervios, ensayos y risas a lo largo de este año, sois muy grandes y significáis muchísimo para mí.
Grupo de teatro juvenil (y de adultos) de Armilla. Creo que va a haber poca gente a la que voy a echar tantísimo de menos, muchas gracias.

 Mis iluminados, todos y cada uno de los participantes de Luces de Bohemia. Un olé por vosotros, ¡cráneos privilegiados!


Para finalizar querría hacer una pequeña reflexión acerca de este arte. En Luces de Bohemia, don Latino comenta despectivamente: "Hay mucho de teatro" y es que ¿Qué es el mundo sino un gran escenario, qué son las personas sino personajes y qué es la vida sino una tragicomedia donde sólo al final cae el telón?