sábado, 11 de junio de 2016

Teatro, desde dentro.

¡Buenas y calurosas tardes a todos! Hoy vengo a traeros algo muy muy especial. Ayer, por motivos que no vienen al caso, tuve que ir al teatro donde suelo actuar y me extrañó entrar por la puerta principal y no la del escenario, sentía que las tablas me llamaban, que no tendría que estar en el hall. Y es que una vez que estas bajo los focos, no quieres que se apaguen nunca, es una sensación tan satisfactoria y especial que podría clasificarse de trascendental. Pero fue en ese momento, rodeada de gente que no sentía la necesidad de subir a escena, cuando me dí cuenta de que no es tan común saber lo que es actuar y todo lo que conlleva sacar a delante una obra.
Es por eso por lo que estoy aquí hoy, para compartir todo lo que hay detrás de un estreno. Quisiera hacer una mención especial a todos mis compañeros actores y, por supuesto, a mis dos directores: Ilde Gutierrez y Jose Ramón Prados por enseñarnos y ayudarnos a ser lo mejor que podemos ser.
En primer lugar tenemos la primera lectura del guión que conlleva nervios, muchos, y también una emoción que no cabe en el pecho. Una vez repartidos los papeles empiezas a cogerle cariño al tuyo, a imaginarlo y darle mil vueltas para adaptarte a él y entonces llega lo más emocionante, empezar a montar la obra. Aún texto en mano te vas moviendo por el escenario poquito a poco, siendo más tú que tu personaje, pero a medida que pasan los días y los ensayos os vais pareciendo más y más hasta fundiros en una sola persona que aparece al entrar en escena.
Después, cuando los guiones desaparecen de las manos, empieza la búsqueda de vestuario. Es una parte francamente estresante, porque nada llega a parecerte perfecto, llueven ideas y sugerencias pero por más que busques no encuentras lo idóneo, lo que refleja la imagen mental que te has creado del rol que interpretas.
Poco a poco se va acercando el día del estreno y los nervios van en aumento y llega el ensayo general. Es indescriptible el nudo que se crea en la garganta la primera vez que ves a todo el reparto caracterizado, como quien se adentra en un universo paralelo que se crea encima de las tablas.
Y por fin llega el gran día, una vorágine de sentimientos se arremolinan dentro de ti: por una parte unas ganas tremendas de salir y comerte el escenario, un miedo atroz a equivocarte o quedarte en blanco, una pizca de ansiedad al entrar en la web de venta de entradas y ver las butacas vacías, ganas de llorar (no me preguntéis por qué porque no lo sé), pero sobre todo una felicidad que te impide dejar de sonreír en todo el día.
Llegas al teatro, ensayas una y mil veces esa escena que se te atranca, la frase que nunca consigues decir correctamente, el movimiento que olvidas hacer y, una vez que se acerca la hora, bajas a los camerinos, te cambias, te peinas, te maquillas, rodeada de todos los que han hecho que sea posible estar allí. Pero hay un momento que es esencial para mí antes de salir a actuar: ponerme delante del espejo mirándome a los ojos y decirme que estoy orgullosa, que pase lo que pase sé que he trabajado y que todo va a salir bien.
Otro de mis momentos favoritos es cuando te reúnes con todos tus compañeros en un círculo, os miráis a los ojos, temblando de emoción, ponéis las manos en el centro, unas sobre otras y rompéis el silencio con una simple y bella palabra: ¡MIERDA!

 Después sucede lo que cualquiera que haya ido alguna vez al teatro ha visto: la obra en sí. Pero incluso en esos momentos hay mucho más, quien no está en escena está en las patas por si hay que apuntar, hay quien se está cambiando, quien repasa texto... Es cierto que cuando estrenas una obra esta parece durar apenas minutos, aunque quizá sean horas, pero quedan recuerdos tan bellos y memorables como estos:
Luces de Bohemia ( Café Colón)
Luces de Bohemia
                                        Entre bobos anda el juego.

Un vez finalizada la obra un subidón de adrenalina recorre el cuerpo de los actores, que se sienten mejor que nunca, salen a saludar con la mayor sonrisa y satisfacción mientras los aplausos resuenan en sus oídos y se miran unos a otros diciéndose: "¡Lo hemos conseguido!" sin siquiera necesidad de abrir la boca. Tras esto toca cambiarse y bajar a saludar personalmente a familiares y amigos, sin perder de vista al resto de componentes del elenco, con quien intercambiar abrazos y risas fugaces.

Con esto concluye lo que sería una obra de teatro, más allá de que vuelva a representarse posteriormente, pero me siento en el deber de mostrar algunas fotografías que demuestran el mayor valor y hazaña del teatro: la de unir personas y crear familias. Con esto también quiero dar las gracias a todos con los que he compartido nervios, ensayos y risas a lo largo de este año, sois muy grandes y significáis muchísimo para mí.
Grupo de teatro juvenil (y de adultos) de Armilla. Creo que va a haber poca gente a la que voy a echar tantísimo de menos, muchas gracias.

 Mis iluminados, todos y cada uno de los participantes de Luces de Bohemia. Un olé por vosotros, ¡cráneos privilegiados!


Para finalizar querría hacer una pequeña reflexión acerca de este arte. En Luces de Bohemia, don Latino comenta despectivamente: "Hay mucho de teatro" y es que ¿Qué es el mundo sino un gran escenario, qué son las personas sino personajes y qué es la vida sino una tragicomedia donde sólo al final cae el telón?




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