Siempre me sentí como Alicia, pequeña, perdida en un mundo que no comprendo, huyendo de diversas reinas rojas.
Llevo años persiguiendo al conejito blanco, intentando volver a casa, encontrar la normalidad, encajar entre los cuerdos.
De repente, cuando todo se cae a trozos, te vuelves a precipitar agujero abajo, el mundo da vueltas a tu al rededor perdiendo el sentido; te invitan a tomar un té. En un comienzo declinas la oferta con educación, pues los dos individuos son demasiado extravagantes. ¿Qué pensarían los normales si te vieses sentada a la mesa con tales seres tan extraños? En el momento en el que estas dispuesta a volver a tu búsqueda de la "realidad" algo llama tu atención, algo que no estás acostumbrada a ver en el mundo real: mientras cantan, bailan y dicen los más extraños disparates los ves sonreír, pero no como has visto antes, las sonrisas no son forzadas, no son una bonita máscara o pintura que has de llevar en determinados momentos, las suyas son amplias, hacen que sus ojos se achinen y terminan por convertirse en muecas. Cuando se dan cuenta de que los observas se detienen momentáneamente pero vuelven a sus quehaceres poco después. "Qué extraño" piensas, no se han detenido al verme mirar, es como si no les importase la opinión de los demás. Tentada por la curiosidad te decides a aceptar la proposición, queriendo averiguar qué causa esa felicidad tan aparentemente sencilla. Lo que no esperas es oir tristes historias de los que reían a carcajadas, tu cuentas la tuya y cuando esperas que todo se suma en la tristeza inventan mil peripecias para hacerte reir. Nada de aquello tiene ningún sentido, "estáis locos" comentas en voz baja mientras ellos desvarían. "Efectivamente"- responde el sombrerero con una sonrisa- "pero, ¿conoces a algún cuerdo feliz?". Esa reflexión es la definitiva, miras por última vez al conejo que se escapa reloj en mano, siempre agobiado por el tiempo, llegar tarde y el qué dirán, te quitas los zapatos y andas descalza hasta el sombrerero y su destartalado amigo conejo. "¿Hay té para una más?"- preguntas nerviosa. "Siempre"- responde el conejo gris.
Igual que Alicia, me he decidido a quedarme con los locos, con los que ríen aunque tengan más motivos para llorar. Con los que la opinión del mundo no importa, los que, paradójicamente, con sus sinsentidos, le dan uno diferente y verdadero a mi vida.
A mis queridos sombrerero y conejo: Meh.
Kath. B.
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